Cena cripto de Trump: Pesadilla, enfado y fiasco total

La mezcla entre política, extravagancia y criptomonedas prometía un cóctel explosivo. Sobre todo, ha dado lugar a un malestar culinario y a un discurso vacío. Durante la cena cripto muy selecta organizada por Donald Trump para honrar a los mayores poseedores de su memecoin homónimo, un invitado no se contuvo: «ridículo», «baratija», «tonterías». El evento, que se suponía representaba la seriedad de un giro cripto asumido, se convirtió en una sátira involuntaria. Y fueron los canapés, como las promesas, los que no pasaron bien.

Cripto, caviar y bistec de Walmart: un menú que no satisface

La intención inicial era clara: seducir a los inversores del memecoin TRUMP, atraer la atención hacia una supuesta visión cripto del expresidente, y ofrecer un barniz de legitimidad a un activo digital que por ahora solo tiene la notoriedad de su efigie. Pero la realidad servida en tres platos tuvo un sabor amargo.

Nicholas Pinto, influencer bromista y poseedor de 300,000 dólares en tokens TRUMP, no se anduvo con rodeos: «Fue la peor comida que he comido en un campo de golf Trump.» ¿El filete mignon? Una imitación de supermercado. ¿El fletán? Frito hacia el olvido. Solo el pan y la mantequilla encontraron gracia a sus ojos—irónico, cuando se trata de discutir valor añadido y descentralización.

No era solo cuestión de sabor. La disparidad entre el nivel esperado para una cena cripto de varios millones y lo que realmente se ofreció resaltó un malestar más profundo. El evento, previsto como un momento de comunión entre dinero, influencia e innovación, resultó ser una parodia de sí mismo.

Y no solo el plato dejó a los invitados con hambre. El ambiente, demasiado rígido, carecía cruelmente de la energía que vibra en el universo cripto: la de la ruptura, la creatividad, la irreverencia asumida. Aquí, todo parecía calculado, sin alma.

¿El discurso de Trump? Viento en lata

Si la comida pudo ser difícil de digerir, el discurso de Trump quedó atravesado en muchas gargantas. Descrito como «casi un engaño» por Pinto, tuvo la consistencia de una niebla tibia. Ningún compromiso claro. Ninguna dirección. Solo frases vagamente murmuradas: «¿Será especial, quién sabe?»

Se esperaba una postura, un gesto hacia una política cripto asumida. Fue, como mucho, una gesticulación. Y para un mundo tan volátil como el de la cripto, la ausencia de dirección es peor que la crítica: suena vacía.

Peor aún, Trump abandonó el escenario al concluir su discurso, sin tomarse el tiempo para agradecer o entregar simbólicamente los relojes prometidos a sus mecenas en memecoins. Un gesto percibido por varios invitados como un desprecio apenas velado hacia esta comunidad que dice cortejar.

El asunto incluso tomó un giro más serio: una treintena de demócratas acudió al Departamento de Justicia, sospechando violaciones a la cláusula de emolumentos, que prohíbe al presidente aceptar regalos o inversiones extranjeras sin autorización del Congreso.

El evento debía ser una campaña publicitaria para posicionar a Trump como figura principal del mundo cripto. Hoy no queda más que una cena con apariencia de mal teatro, donde la blockchain se encontró relegada a un segundo plano detrás de platos insípidos y un discurso sin código fuente. La cripto ama los proyectos audaces, los líderes carismáticos, las disrupciones sinceras. Odia las conchas vacías. Y esta cena, bajo el pretexto de refinamiento, ofreció exactamente eso: un espectáculo sin sustancia.